miércoles, 2 de febrero de 2022

UN CUENTO DE LAS MIL Y UNA NOCHES: EL MERCADER Y EL LORO FIEL.

Hubo una vez cierto mercader que se casó con una mujer de extraordinaria belleza. « ¡Qué suerte la suya!», diría cualquiera. Pero, debido a su gran hermosura, el mercader se moría de celos pensando en que su esposa pudiera llegar a conocer o otro hombre, por lo que la vigilaba a todas horas y no la dejaba salir de casa ni de día ni de noche.

Un día, sin embargo, el mercader tuvo que atender un negocio de gran importancia en una ciudad distante y se vio obligado a dejar sola a su esposa. De manera que fue al mercado de las aves y por cien dinares, compró un loro que sabía hablar y lo llevó a su casa para que vigilase a su mujer y le informara a su regreso de cuanto hubiese sucedido en la casa.

Mas he aquí que su mujer se había enamorado de un joven turco, y, tan pronto como partió el marido, su amante se reunió con ella y los dos se dedicaron a comer y beber cuanto les apetecía durante el día y a amarse a lo largo de toda la noche. Cuando el mercader regresó a su hogar, interrogó al loro sobre lo que había sucedido en su ausencia, y el ave se lo contó todo sin omitir un solo detalle:

–Señor, un joven turco ha visitado a vuestra esposa y los dos juntos se lo han pasado de rechupete.

Con el corazón comido por la rabia, el comerciante apaleó a su esposa como si fuese un perro sin amo; ella, a su vez, creyó que alguna de sus esclavas la había traicionado, así que las llamó a todas para descubrir y castigar a la delatora. Pero sus esclavas juraron y perjuraron que habían guardado su secreto y acusaron al loro de ser el traidor.

De manera que la siguiente vez que el mercader se ausentó de su hogar, la esposa cambió de planes y antes de que llegara su amante, dio instrucciones a sus esclavas sobre lo que tenían que hacer en torno a la jaula del loro. Una se sentó debajo con un molinillo, y trituró y trituró sin descanso. Otra se situó por encima de la jaula y roció sin parar al loro con agua. Y una tercera corrió por la habitación, deslumbrando al pájaro con un espejo que reflejaba la luz de una lámpara.

Cuando el mercader regresó a la mañana siguiente, le preguntó al loro qué había sucedido en su ausencia, y el pájaro respondió:

–Perdóname, señor, pero nada te puedo contar debido a los truenos y relámpagos que me atormentaron durante toda la noche y al aguacero que cayó sobre mí.

– ¡Eso no es posible! –Exclamó su dueño. Estamos en pleno verano y no se han visto nubes ni ha caído una sola gota de agua desde hace mucho tiempo.

Así pues, el mercader pensó que el loro le había mentido y concluyó que el ave que mentía una vez podía mentir dos. «Tal vez acusé injustamente a mi querida esposa», se dijo, e intentó reconciliarse con ella. Pero su esposa le puso una condición:

–Tienes que matar al loro por haber mentido.

El mercader así lo hizo, y siguió creyendo en la inocencia de su bella esposa. Solo cuando, algún tiempo después, vio con sus propios ojos que un joven turco salía del dormitorio de su lasciva mujer, se dio cuenta de lo injusto que había sido con el loro y lamentó que la fidelidad del animal hubiera sido recompensada con la muerte.

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